Una de las cosas que más voy a recordar de esta larga cuarentena es el pique que mi familia ha tenido con el Candy Crush. Mi padre a sus 61 años, y mi madre a sus 57 han conseguido simpatizar con el famoso juego de alinear caramelos, dejándose llevar por su mecánica tan adictiva y hechizante.
De mi progenitor era algo que no me sorprendía. Al fin y al cabo, siempre ha sentido predilección por los juegos tipo Tetris. Lo que sí me sorprendió es que mi madre, una mujer que no ha tenido especial simpatía por el mundo de las consolas, se haya dejado seducir por el famoso título de King para los sistemas Android (2012).
Yo recuerdo allá por los años 2013-2014 ver anuncios de televisión en los que se promocionaba el juego como si fuera la moda del siglo, lo más jugado en milenios, la revolución de los títulos de lógica, lo más de lo más para matar el rato en el móvil. A mí me llamaba la atención el colorido de las pantallas, las estelas que dejaban los caramelos cuando desaparecían y cómo caían desde lo más alto, cual piezas de Tetris. Y encima se te hacía la boca agua viendo todo lleno de dulce.
Por supuesto, no nos podemos olvidar de la famosa anécdota en el Congreso de los Diputados allá por febrero de 2015, cuando la vicepresidenta primera del Congreso (Celia Villalobos), que ese día se encontraba presidiendo la sesión, fue captada por las cámaras jugando al Candy Crush.
Aunque parezca una tontería, esta anécdota fue importante para que mis padres se engancharan al juego. Cuando a finales de febrero/ comienzos del mes de marzo mi madre y yo estrenamos móvil nuevo, empezamos a trastear en los diferentes menús. Mi madre llegó al Play Store y vio en portada el juego de los caramelos, y dijo: ¿Este no es el juego al que pillaron a la política esa hace unos años en el Congreso? jajajjajaa
A mi madre le pareció curioso que una señora de sesenta y largos años se pusiera a jugar con un videojuego. No es una escena habitual. La generación de los 50-60 jamás conoció lo que era un dispositivo electrónico de entretenimiento. La infancia se pasaba en las calles y no entre consolas como ahora. Entraron en contacto con el mundo de los videojuegos en la década de los 80-90 y viéndonos a nosotros, los hijos.
Los videojuegos se veían como algo propio de gente joven. Entonces, le resultó curioso que una mujer tan seria y tan mayor tuviera interés por algo así. Por eso mi madre tuvo curiosidad y dijo: voy a ver cómo es el famoso juego este, que si la Villalobos jugó (y tiene más años que yo) es porque tiene que ser, cuanto menos, interesante.
Y lo probó. Y no le desagradó del todo. Y empezó poco a poco a cogerle el tranquillo. Y le pareció hasta divertido. De forma intuitiva comprendió las dinámicas. Y disfrutaba viendo cómo los caramelos desaparecían, caían, formaban combos...Y hasta le dolía quedarse sin vidas y esperar dos horas y media para recuperar los cinco corazones.
Y eso mismo le pasó a mi padre. Y él, que es más experto que mi madre en este tipo de juegos, empezó a devorar niveles uno tras otro, y cuando a lo mejor no entendía alguna dinámica me preguntaba...¿En qué se diferencian las gelatinas claras de las oscuras? ¿Qué hago para qué me salga un caramelo a rayas?
Y yo, por curiosidad, también empecé a probarlo, y aunque no me hecho tan forofo como ellos, ya llevo cerca de 500 niveles. Mi madre está en 400 largo. Y mi padre cerca del 800. Me resulta encantador ver a mis progenitores jugando tan felices y disfrutando de un videojuego. A su manera y con sus gustos, pero pasando un rato agradable.
Y sin darnos cuenta llegó la cuarentena, y con ella un pequeño regalo: vidas infinitas durante las tres primeras semanas.
Esto fue un bombazo, ya que de pasar a tener cinco corazones, ahora podían jugar todo lo que quisieran. No pasaba nada por perder una vida. Cuando posees cinco corazones y pierdes uno, te duele, ya que se tarda en recuperar media hora. Con el confinamiento podían salir mal las cosas y no iba a pasar nada: podían repetir y repetir y repetir y repetir como si no hubiera un mañana.
Y se pasaban las tardes superando niveles y mundos. La verdad es que los videojuegos nos están ayudando mucho a no comernos el tarro estos días difíciles. Nos ayudan a mantener la mente firme, aunque tangamos nuestros bajones. Yo ya lo dije: mi familia, este blog, mi consola, mis emuladores, y sobre todo, esas largas conversaciones con mi amigo Marce y mi amiga Carmen...eso me está dando la vida.
Si mis padres se llevaron un alegrón cuando vieron vidas infinitas, también sufrieron un buen chasco cuando se dieron cuenta de que el regalo era limitado y no iba a durar todo el encierro, sino unas pocas semanas. Ahora han vuelto a los cinco corazones y están como del revés. Quieren jugar y tienen que esperar a que vuelvan las vidas jejjee. Aunque suene cruel, es bonito sentir eso, ya que significa que te gusta un videojuego, y nuestros padres también pueden disfrutar de este mundillo.
La mecánica del juego es muy sencilla. Se trata de juntar tres caramelos de un mismo tipo para que desaparezcan, pudiendo intercambiar posiciones entre dos dulces contiguos. Si juntamos cuatro caramelos de un color, nos dan un caramelo rayado que elimina una línea completa de dulces. Si juntamos caramelos en forma de L nos dan un caramelo con envoltorio que elimina todos los caramelos de alrededor. Si juntamos 5 caramelos nos da una trufa, que elimina todos los dulces de un mismo tipo.
Podemos hacer combinaciones que son devastadoras y nos dan un montón de puntos: trufa + trufa, caramelo rayado + envoltorio, envoltorio+envoltorio, caramelo rayado+caramelo rayado...
Cada nivel tiene su mecánica. Nos dan un número limitado de movimientos. Esto significa que si no superamos la fase en X movimientos, perderemos una vida. Unas veces, tendremos que sumar cierta cantidad de puntos. Otras, romper gelatinas. En ocasiones, llevar frutas desde la parte alta a la baja del escenario. También, nos tocará hacer ciertas combinaciones de caramelos.
A medida que pasan las fases irán apareciendo nuevos obstáculos: onzas de chocolate que se comen los caramelos, pasteles que necesitan varios golpes para caer, arco iris que cambien el tipo de caramelo, bombas que explotan después de cierto número de movimientos y te hacen perder la partida, regalices que ocupan espacios inútiles...
Menos mal que contamos con objetos que nos facilitan un poco el trabajo: manos que intercambian posiciones entre dos caramelos sin perder turno, chupa chups que elimina un caramelo de forma automática, platillos volantes que destruyen dos caramelos al azar, rosquillas que rompen varias líneas a la vez, la posibilidad de empezar niveles con una trufa de chocolate, peces de gelatina que se comen varios caramelos al azar...
Podemos participar en diferentes campeonatos, eventos o promociones para ganar objetos especiales. Incluso podemos ganar lingotes de oro para comprar más movimientos dentro de la fase o disfrutar de ciertos momentos de vidas infinitas. Eso sí: la mayoría de veces tendremos que pasar por caja si queremos disfrutar de ciertos privilegios.
Me hacía mucha ilusión poder dedicar una entrada al Candy Crush, un juego que nos está alegrando (y mucho) estos largos días de confinamiento. Y sobre todo, viendo a mis padres disfrutar con él. A su manera, viven la realidad videojueguil. Y yo encantado de ser testigo de ello.
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