lunes, 22 de junio de 2020

Mi ritual en The Legend of Zelda: Majora's Mask: salvaguardando el parné


Si hay una cosa que me chifla en los juegos de rol es el hecho de acumular cosas. Me da igual que sea dinero, objetos, poderes, armas o materiales. El caso es sumar el máximo posible de elementos. No sé por qué será, pero a casi todos los jugadores nos ha aflorado alguna vez en nuestras partidas el mítico síndrome de Diógenes: juntar muchas cosas sin importar la utilidad. Somos felices haciendo acopio de realidades, aunque luego su relevancia sea mínima.

Resulta placentero ir abriendo los cofres que nos encontramos por el camino y ver cómo nuestro inventario crece, se multiplica y se reproduce con el paso de las horas. Es como cebar al guarrillo antes de sacrificarlo: venga a abrir cofres una y otra vez, venga a luchar y luchar para acumular monedas, venga a hacer tareas secundarias para ganar suculentos premios, venga a desvalijar todas las pantallas de enemigos hasta que no quede ni el apuntador para arañar la última miga, venga a utilizar el comando "robar" para saquear al enemigo y que no quede ni el agua de los floreros


Yo lo reconozco: me encanta exprimir las pantallas al máximo, vaciar todo, soy capaz de retroceder si sé que se me ha olvidado un cofre (aunque tenga una mierda pinchada en un palo). Me da morbo eso de engordar mi mochila, aunque luego llegue a la batalla final y se queda un 90% del inventario sin utilizar. Soy así. Tendré el síndrome de Diógenes jejejjee

Como dice la letra de Las espigadoras de la famosa zarzuela La Rosa del Azafrán, soy la hormiguita de los despojos. Cualquier cosa por pequeña que sea que suba al menú me hace feliz. Me encanta empezar en la nada y acabar con una fortuna, a base de trabajar poquito a poco las cosas. Me gusta el ruido que hacen los guiles en Final Fantasy, las monedas en Paper Mario, las rupias en Zelda, las gildas en Dark Cloud. Y por supuesto, la melodía que suena al sumar un objeto al inventario: has obtenido 1 poción jejejjeje


Por eso, cuando me tocaba afrontar un juego tan peculiar como The Legend os Zelda: Majora's Mask, mi ambición por acumular se iba al traste. 

El desarrollo del juego nos obligaba a hacer viajes en el tiempo hacia atrás, perdiendo todos los objetos que habíamos conseguido hasta el momento. A una persona como yo tan acostumbrada a hacer acopio de bienes le dolía (y mucho) tener que tocar con la ocarina la canción del tiempo y ver cómo sus rupias y enseres personales se desvanecían como agua por el desagüe. Esto no afectaba a los objetos que eran clave para avanzar en la historia, pero sí a los comunes (rupias, nueces, palos Deku, bombas...).


Ya sabéis que el juego se desarrolla por ciclos de 72 horas (3 días), que es el tiempo que tarda la Luna en estrellarse sobre la ciudad del Reloj, que está celebrando el Carnaval. 

Al término del tercer día, si no queremos morir en el cataclismo, no nos queda más remedio que tocar la melodía del tiempo, y retroceder al amanecer del primer día, perdiendo todo lo que tenía en el inventario. Por lo tanto, el sistema no me permitía acumular mucho. Cuando llegaba el anochecer del tercer día, de poco me servía haber alcanzado el número máximo de bombas, ya que en unos minutos las iba a perder. Y me sentía muy incómodo, ya que veía que todo mi trabajo y esfuerzo no servía para nada. Por eso me estresaba tanto este juego.


Al menos, había una manera de salvar las rupias, recurriendo un poco a la inteligencia y el sentido común. 

En Ciudad del Reloj hay un banco. En cualquier momento del juego podemos recurrir a esta entidad financiera para meter nuestras rupias en una cuenta corriente, para después, volver a sacarlas. Blanco y en botella. El banco se convirtió en el salvoconducto para conservar mi dinero. 

Solo tenía que ir allí justo antes de tocar la canción del tiempo, meter en la cuenta corriente todas las rupias que había conseguido a lo largo de los tres días. Mi inventario se quedaba a cero (pero el dinero en el banco). Luego, solo tenía que tocar la melodía con la ocarina para volver a la mañana del primer día, y las rupias conseguidas en el ciclo anterior seguirían en la cuenta corriente del banco en el nuevo periodo de 3 días. Y podíamos sacarlas como si nada.

Al final, eso de ir al banco antes de regresar al primer día se convirtió en un ritual inquebrantable. Fue una manía mía que tenía que seguir sí o sí. No me quedaba tranquilo. Incluso alguna vez, con el tiempo pegado al culo a la hora de matar a un jefe final, siempre reservaba unos minutillos para ir al banco y dejar mis rupias. A veces, cuando llegaba al banco solo me quedaban 8 segundos para que la Luna se estrellara en la ciudad. 

Eso se llama hacer las cosas in extremis, al filo de la navaja. Por lo menos, me iba con la tranquilidad de saber que mis rupias no se habían perdido.


Incluso a veces, con un marcador de 10 rupias llegué a meterlas en el banco, solo para no perderlas jejejjee.

Seré un rácano, un tacaño, un agonías...pero me dolía mucho perder las rupias. Así que este ritual es todo un clásico en mis partidas de Majora's Mask. Y es un placer compartirlo con vosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario