Hoy os traigo un juego del año 1978. Creo que es de los más antiguos que hemos tratado en el blog. Fue producido por Atari Inc, para la Atari 2600. Yo lo disfruté a comienzos de los 90 cuando una tía mía nos regaló a cada uno de los primos una clónica de la Atari 2600 con tropecientos mil juegos incorporados. Uno de ellos, el que vamos a recordar esta tarde: Maze Craze
Cada vez que echo una partida no puedo evitar acordarme de mi madre, ya que ella es una apasionada de los libros de pasatiempos (crucigramas, autodefinidos, sopas de letras, cruzadas...). Uno de los juegos típicos de estos libretos es el de encontrar la salida a un laberinto. En eso consiste Maze Craze, pero en lugar de hacerlo sobre papel, lo haremos en nuestra pantalla de televisión
Nosotros asumimos el rol de un coche policial, el cual deberá desplazarse por las calles de una ciudad, las cuales se disponen de forma laberíntica. Ya sabéis: un montón de caminos, que se cruzan unos a otros en diferentes direcciones. Muchos acaban en puntos muertos que nos obligan a volver atrás, y solo uno nos lleva a la salida, que es el correcto. El objetivo es encontrar la salida de ese laberinto.
Evidentemente, como mejor se saca provecho a este título es jugando con un colega, cada uno con su mando, compitiendo por ver quién encuentra antes la salida.
Yo, siendo un crío de 4-5 años recuerdo jugar con mi padre. A mí me resultaba muy complicado, ya que los laberintos eran muy complejos. Algunas veces lo que hacía era seguir a mi padre, y eso no era una buena estrategia, ya que si él se equivocaba, yo también. Y si él lo hacía bien, tampoco servía de nada, ya que él, al ir delante, llegaba a la salida antes que yo y se llevaba los puntos jejejejeje.
En otras ocasiones optaba por ir a mi bola y seguir la intuición. Podríamos decir que seguía el método de la improvisación y el ensayo y error, y como es lógico, unas veces ganaba (de potra) y otras perdía.
Recuerdo que mi padre fue adquiriendo soltura a medida que pasaban los días y en lugar de coger el mando nada más empezar la partida, se tomaba unos segundos para mirar bien los caminos del laberinto, sin tocar el josting, y así ir con su propia mente analizando cuál debería ser la ruta a seguir. Y al final, siempre me acababa ganando.
Yo me volvía loco y me acababa perdiendo por los pasillos de ese interminable laberinto, y no paraba de pasar por los mismos puntos una y otra vez.
En cambio, mi padre, se quedaba parado unos segundos y empezaba con su cabecita, sus ojitos y su dedillo a ver cuál era el camino correcto. Luego cogía su mando y al instante ya estaba acercándose a la salida, dejándome a mí en cueros y sin posibilidad de ganar la partida.
Al final, acabé haciendo lo mismo que mi progenitor y antes de hacer nada, me dedicaba unos segundos a mirar el laberinto sobre la pantalla de mi televisión, para ver cuál era el camino. Y luego ya cuando sabía la solución solo me quedaba coger mi mando y desplazar el coche por la ruta que había pensado. Y entonces las partidas empezaron a estar más reñidas y emocionantes.
Encontramos diferentes modalidades de juego, como por ejemplo la aparición de enemigos que nos paralizan en caso de chocarnos con ellos en algún punto del laberinto. En otro modo las paredes estaban invisibles y era mucho más difícil encontrar la ruta, ya que jugaremos a ciegas.
Técnicamente el juego no necesita mucho. Con dos colores basta y sobra para hacer el laberinto (los muros verdes y los pasillos amarillos). Al estar en el pleistoceno, no encontramos melodías (como sucedía en la mayoría de juegos de esta época). Tenemos que conformarnos con algunos efectos sonoros, que si os digo la verdad, molestan más que aportan.
Mientras movemos el coche por el laberinto, escucharemos unos efectos muy tenues, como si fuera el ruido del motor del vehículo, aunque a mí siempre me parecían pasos de personas caminando jejeje.
Cada vez que el auto se choque con una pared escucharemos unos zumbidos que se hacen un poquito desagradables para el oído. Y como encima es fácil perder la precisión y colisionar con los muros, pues tendremos que acostumbrarnos al ruidito en más de una ocasión.
Si nos chocamos con un enemigo se escuchará una explosión. Y cuando encontremos la salida se oirá un sonido más agudo, pero no tan molesto.
Como veis, se trata de una idea sencilla pero muy adictiva, que me tuvo enganchado tardes enteras pasándolo de lujo con mi padre.
Ya lo he dicho muchas veces: menos es más. Con muy poquitos recursos se conseguían hacer grandes juegos. No hacía falta complicarse la vida. Un juego de laberintos era capaz de absorbernos cosa mala y de picarnos durante horas sin tener que recurrir a grandes puestas en escena. A mí me gusta hablar de esta etapa como la "época pura" del videojuego siguiendo la terminología del gran poeta Juan Ramón Jiménez.
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