Inauguro este
blog con uno de los momentos más terroríficos de mi infancia.
La misión de
la embajada era mi nivel favorito de Mission Impossible (versión de Nintendo
64, allá por finales de los años 90). Me pasaba horas y horas vagando por las
galerías y salones de esa señorial y exquisita sala de fiestas. Nos habían
invitado a un importantísimo y selecto evento lleno de gente elegante y
refinada, en la que no podía faltar el pianista, los camareros, las obras de
arte, las suntuosas lámparas y alfombrados, los invitados vestidos de etiqueta
y un dispositivo policial preparado para la ocasión que se encargaba de vigilar
todos los rincones del salón para garantizar la seguridad de los asistentes y actuar
ante el más mínimo desorden o altercado.
En este nivel
podríamos quedarnos con multitud de estampas y anécdotas que forman parte de
nuestros recuerdos infantiles: el uso de la cerbatana contra los invitados, los
cuales corrían despavoridos hacia los policías pidiendo ayuda, y en
menos que canta un gallo sonaban las alarmas y estábamos arrestados; el
envenenamiento al embajador con una bebida tóxica; los taponamientos de los
tubos de ventilación que irían a provocar un incendio; o las visitas al cuarto
del baño, único rincón del recinto donde podíamos usar armas sin ser
amonestados
Aunque la mujer, en principio, parecía inofensiva (solo te
seguía sin hacerte nada), en cuanto hacía acto de presencia en el salón una
sensación de mal rollo invadía al jugador. Aunque te fueras a la otra punta de
la embajada, la mujer acababa llegando hacia ti, con una mirada penetrante,
fría que daba mal augurio. No paraba de dar giros sobre sí misma. Se daba la
vuelta y al segundo se ponía de frente. Muy inquietante. Andaba lenta, pero
siempre llegaba hacia ti. No podías interactuar con ella. Solo te miraba
fijamente e iba detrás de ti muy disimuladamente.
El terror que
yo tenía de pequeño era encontrarme con ella en alguno de los pasillos que
estaban vacíos, sin gente alrededor (especialmente el pasillo al cuarto de
baño). Cuando no había nadie, Scofield, en uno de sus bruscos giros, sacaba una
pistola del bolso y te pegaba un tiro. Así de rápido y fácil. Sin algodones. En
cuanto te pusieras cerca de ella en un sitio vacío, te podías dar por muerto.
Ya en el
plano ficcional y virtual, para cargarse a Scofield la única forma era hacerlo
en el cuarto de baño. Si se nos ocurría ponerle la mano encima dentro de la zona con invitados y seguridad,
enseguida pegaba un chillido y avisaba a la policía, por lo que quedábamos
arrestados en un santiamén.
Para acabar con la asesina había que meterse en los
baños, y simplemente esperar su llegada (siempre venía). Se
vivían unos momentos muy angustiosos desde que cogías posición hasta que veías
el vestido rojo de Scofield atravesando el umbral de la puerta.
Había que atacarla rápido, para que no le diera tiempo a sacar la pistola. El
gusto que daba cuando la señora caía al suelo y escondías su cadáver en el WC.
Te quedabas con una sensación de alivio y de gusto. Ya no te sentías
vigilado.
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