miércoles, 24 de julio de 2019

Mi estrella 120 de Super Mario 64: historia de una odisea con final feliz


Uno de los momentos más emocionantes y placenteros que he vivido como jugador fue completar las 120 estrellas de Super Mario 64. Como si de una hazaña épica se tratara todavía recuerdo cómo fue ese mágico instante. Era un chavalín de 10 años que en las navidades del año anterior había adquirido una Nintendo 64 con la primera incursión del fontanero en las tres dimensiones

Tras algo más de un año de juego había logrado reunir cerca de un centenar de estrellas. Haciendo cálculos, me quedaban alrededor de veinte: quince mundos x 7 estrellas en cada uno, da como resultado 105. A eso hay que sumarle las estrellas secretas del castillo de la princesa. Lo normal es que el número total de estrellas fuera una cifra redonda (110 o 120....). Y como en ese momento las estrellas secretas encontradas en la fortaleza de Peach superaban la decena, la teoría de las 120 era la más plausible 

105 estrellas normales + 15 estrellas del castillo=120

En una época en la que no había Internet y los materiales sobre consolas eran escasos, se avanzaba en los juegos dando pasos de ciego, sin saber qué nos íbamos a encontrar en cada fase. En mi caso, jamás utilicé una guía para el Mario 64, por lo que todo me salía de forma natural e intuitiva. Había veces que me atascaba, me pasaba días enteros sin saber dónde ir, me desquiciaba y soñaba una y otra vez con el ansiado momento de hacerme con todas las estrellas del juego


Cuando alcancé las 100 estrellas yo ya sabía que me quedaba poquito. Estaba en la recta final. Fue aquí cuando activé mi particular cuenta atrás. Casi todas las estrellas las tenía localizadas, o al menos, sabía cuál era la clave que me iba a permitir obtenerlas. Solo era cuestión de habilidad, paciencia y práctica. 

Y así fueron cayendo, una tras otra, las últimas estrellas de la aventura, tras mucho esfuerzo. Fueron las más difíciles: reunir 100 monedas en Tick tock clock, ganar la carrera de Koopa Troopa en el mundo gigante, formar el muñeco de nieve en la primera fase helada, cruzar el arco iris circular en Rainbow Ride, la estrella de la cascada en Tall Tall Mountain, las 8 monedas rojas del bonus de las nubes...

Cada victoria fue celebrada con alegría y entusiasmo. Yo mismo me daba cuenta de que el 100% estaba cerca. Y aunque había logrado matar a Bowser, ver la escena final y la pantalla de créditos, me hacía ilusión exprimir a tope la aventura. Ya tenía 119 estrellas. Solo me quedaba una. UNA. A punto de tocar el cielo y lograr ser el jugador más feliz del mundo tras tantos meses de trabajo. 

Sin embargo, había una estrella que me traía confundido y desorientado. Las cuentas no fallaban. Con todos los mundos ordinarios terminados, la estrella 120 se encontraba en el castillo de Peach. Por tanto, tenía que ponerme como un loco a inspeccionar la fortaleza para ver si conseguía averiguar el secreto que me llevara a esa dichosa estrella.


Estuve varias semanas investigando cada rincón de la edificación. No pasé un detalle por alto. Desde subirme a todos los árboles del jardín, agarrar las dos monedas que hay bajo el puente levadizo, tirarme por la cascada, hablar varias veces con los Toads o inspeccionar una y otra vez de manera enfermiza los niveles de Bowser y de las gorras en busca de zonas secretas

Llamadme loco pero revisaba hasta los dibujos de las baldosas, habitación por habitación buscando algún detalle sospechoso. No paraba de darle vueltas a la cabeza (¿Dónde coño puede estar la estrella de las narices...?), mirando de arriba a abajo cada textura del suelo. Incluso llegué a pensar que en el combate final contra Bowser había que agarrarlo por la cola y tirarlo contra las bombas a velocidad máxima, para que al golpear las minas, en lugar de caer en tierra, cayera por el precipicio. 

Me hice un montón de conspiraciones. Miré todos los techos de las salas (por si se activaba algún nivel secreto como en la fase de la gorra roja, que había que enfocar al rayo de luz que caía del techo del hall). Me subí a todas las palmeras del patio. Me cargué a todos los boo. Me pasé más de media hora mirando la fuente como un tonto. Gasté un montón de tiempo, sin éxito, intentando alcanzar al boo que custodiaba el pasillo que conducía al patio. Quería por todos los medios meterme en el cuadro en el que Peach se transformaba en Bowser, pero se abría la trampilla y caía al primer nivel del rey Koopa. 


Las teorías que se me ocurrieron esas semanas para dar con la estrella son dignas de Cuarto Milenio. Mi cabecita no paraba en ningún momento: seguro que hay una pared con un cuadro invisible, si me quemo con todas las hogueras del sótano me dan la estrella, a lo mejor tengo que dar 100 vueltas alrededor de la sala circular de la segunda planta, voy a dar un triple salto tan grande para sobrepasar los límites del jardín, quizá la clave esté en la sala inundada...

Y aquí me callo porque podía seguir escribiendo párrafos y párrafos de tonterías que hice aquellos días, por si sonaba la flauta y me hacía con la ansiada estrella 120. 

Al final, lo dejé por aburrimiento. En mi colección entraron nuevos títulos (Goldeneye, Mario Party,  Mario Kart, Ocarina of time). Así que preferí dedicar mi tiempo a disfrutar de estas joyas y olvidarme de la estrella. Cada vez que jugaba al Mario 64 lo hacía poco tiempo y solo para recordar los retos más emblemáticos. Me acostumbré a ver 119 estrellas en el marcador, y ahí lo dejé. 


Pasaron varios años. Por aquellos días me convertí en usuario de la PSone. Un día que estaba aburrido y sin hacer nada, me dio por enchufar la Nintendo 64 y jugar una partidilla al Mario. Eran vacaciones de Navidad. Me entró la ventolera y dije: vamos a rememorar viejos tiempos. Recuerdo que di un paseíllo por algunos mundos del juego, y recogí estrellas míticas: el barco hundido, el combate contra las manos de la pirámide, la carrera contra Koopa Troopa en la montaña de Big Bomb...y varias más. 

En eso que me da por poner el nivel del tobogán de Peach. Me acuerdo que ese día me deslicé a toda de velocidad, pendiente abajo. En lugar de recoger monedas, solo me dejé llevar por la inclinación, a toda hostia, sin perder tiempo, haciendo las curvas de manera contundente, lo más rápido que podía. 


Cuando llego a la línea de meta obra el milagro, y aparece una jugosísima estrella dorada. No supe ni por donde me vino.
 Me quedé con la boca abierta...¿Pero cómo es posible? No entendía nada. Yo sabía que en el tobogán te daban una estrella por llegar a la meta. De hecho, fue una de las primeras estrellas que conseguí. Sin embargo, lo que no sabía era que por alcanzar la meta en un tiempo inferior a 20 segundos te daban una segunda estrella. Esa fue la sorpresa. Se ve que ese día, por pura casualidad, completé el camino en poco tiempo y tardé menos de 20 segundos. 

Del asombro más absoluto pasé a la euforia y lo celebré como nunca antes había celebrado nada. La cantidad de veces que había hecho el tobogán de la princesa y no me había dado cuenta!!!!!!!! 

Yo soy un jugador muy perfeccionista, y me encanta recoger todas las monedas del tobogán, sin dejar ni una. Entonces perdía mucho tiempo y tardaba más de 20 segundos en bajar. Por tanto, no había estrella. 

Madre mía!!!!! Yo comiéndome la cabeza y buscando como un loco una aguja en un pajar, cuando la estrella la tenía en el sitio menos esperado. Me encantó por fin resolver ese famoso misterio después de varios años, y sin necesidad de guía.


Tan contento me puse con la estrella que me olvidé completamente del premio. Ni me acordaba que por completar el 100% del juego te daban una pequeña recompensa. En medio de toda la euforia, apagué la consola y me puse a hacer otra cosa. 

Esa misma noche me di cuenta de mi empanamiento: o sea, logro la estrella 120 y se me olvida lo más importante. Inmediatamente, encendí la consola, inserté el Mario 64 y me acerco al cañón del jardín, que ahora estaba abierto, para subir a la azotea, ver a Yoshi, obtener cien vidas, un salto especial y la posibilidad de volar por los alrededores del castillo con la gorra alada. 


Después de haber volado tantos mundos con la gorra roja, resultaba curioso contemplar desde lo más alto 
una zona tan familiar como es el jardín de Peach. La cantidad de horas que pasé por ahí andando por ese césped y esos caminos, y ahora poder disfrutarlo como si fuera un pájaro. Fue mi momento más feliz como jugador. 

En fin...ha sido una de las entradas más largas que he escrito, pero me ha encantado compartir esta estampa nostálgica con vosotros.

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