lunes, 15 de julio de 2019

En busca del accidente perfecto en Burnout 2: Point of Impact


La secuela de Burnout llegó a nuestras consolas de 128 bits (Play Station 2, X-Box y Gamecube) a finales del 2002 de la mano de Acclaim. Supuso un montón de novedades que no existían en el juego original: un elenco de circuitos más cuantioso y variado, nuevos modos de juego, un sistema de conducción mucho más ágil y fluido, con tiempo de sobra para completar la carrera y sin interrupciones entre accidentes. 

Los pequeños defectos de la primera parte fueron pulidos con creces en este Burnout 2: Point of impact, convirtiéndose en uno de mis arcades de conducción favoritos. 

Mi estampa preferida es, sin duda, el modo Crash, el cual me hizo pasar decenas y decenas de horas de mi adolescencia con una buena amiga que también estaba picada con este título. Me acuerdo el pique sano que había entre los dos por poner nuestro nombre en los diferentes rankings, intentando superar las mejores marcas, mientras causábamos el accidente de tráfico más gordo posible.


La mecánica no puede ser más sencilla y adictiva. Tenemos que recorrer un total de 15 tramos extraídos de los circuitos del modo campeonato. Estos segmentos se caracterizan por estar plagados de tráfico, con cruces peligrosos, dobles carriles, atascos, y en general, calles muy transitadas de vehículos que invadían la mediana 

El objetivo consiste en provocar el accidente más grave posible. Para eso teníamos que analizar bien la situación y golpear uno de los vehículos del tramo de forma que este perdiera el control y se estampara contra el resto de coches, provocando una reacción en cadena de colisiones, vueltas de campana, salidas de carretera, frenazos, derrapes, pérdida de accesorios...

Cuanto más salvaje fuera el accidente más dinero nos daban. Había muchas formas de hacerlo. La clave era involucrar al mayor número de vehículos posibles, sobre todo camiones y autobuses, cuyo valor era más alto. 

La cámara nos ofrece la mejor perspectiva posible, ralentizando el tiempo, para ser testigos de la brutalidad de algunos accidentes. Casi siempre veíamos el típico coche volando por los aires (incluso fuera de los límites del escenario), estampándose contra el mobiliario urbano. O la mítica colisión en cadena en la que más de una decena de coches se apelotonaban en medio de la calzada, chocando uno detrás de otro, a velocidades de infarto, mientras escuchábamos el ruido seco de la chapa y los cristales. Los neumáticos, alerones, espejos y remolques se salían de sus órbitas. 


Al acabar la colisión, un helicóptero recorre la zona, mientras se hace el recuento del número de coches implicados y el valor económico de los daños causados. A veces la escena era dantesca, con más de 20 vehículos destrozados, escacharrados, espachurrados, en definitiva, listos para llevar al desguace

Si queremos ser los reyes del modo crash, no hay que dejar títere con cabeza. Por un coche volcado nos dan más dinero que por uno sin volcar. Por tanto, hay que ir a degüello y ser destructivos al volante para chocarnos de la manera más efectiva posible

Evidentemente, los retos aumentan en dificultad, y a medida que avanzamos hay que ser especialmente estratégicos y calcular milimétricamente el lugar y el coche sobre el que dar el primer golpe, que será el que desencadenará el resto de accidentes

En función de los daños causados nos dan una medalla (oro, playa y bronce). Si no colisionamos con ningún coche o el accidente es muy pobre (un gatillazo en toda regla jejjee), no obtenemos medalla y hay que repetir la prueba hasta lograr una marca decente. Al ganar todas las medallas del modo Crash (que no es fácil) se desbloque una nueva modalidad que consiste en jugar sin tráficos ni frenos


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