Los jardines del castillo de Peach de Super Mario 64 fue mi primera experiencia en un entorno en tres dimensiones. Lo recuerdo como si fuera ayer. Esa mañana fuimos al Eroski de mi ciudad, mi padre me compró la Nintendo 64 como regalo de Navidad de ese 1998, enganchamos la consola a mi vieja televisión, inserté el cartucho del fontanero, apareció el logo del juego, la pantalla de título con la cara del protagonista en primerísimo plano, la selección de archivos, y la mítica introducción en la que la princesa invita a Mario a su castillo a tomar una deliciosa tarta.
La imagen de Lakitu sobrevolando el castillo y sus alrededores la tengo guardada en la retina. Esos árboles, ese césped, esa cascada, esas colinas, ese lago, ese foso de agua, esa majestuosa edificación, esos puentes de madera, ese trinar de los pajarillos, ese camino de tierra... En esos jardines fue donde por primera vez conocí las 3D y controlé a un Mario renovado capaz de hacer triples saltos, gateos, volteretas, acrobacias sobre los árboles, mortales hacia atrás o culadas sobre el suelo
La de horas que habré perdido deambulando de un lado a otro de ese jardín sin hacer nada concreto. Solo por el placer de pasear y contemplar un entorno abierto, a lo largo, ancho y alto, como si fuera de verdad. Si os digo la verdad, hasta el segundo día de juego no llegué a entrar en uno de los niveles ordinarios (Bob-omb Battlefield). La primera jornada la pasé haciendo el tonto por los exteriores del castillo ya que me parecía un lugar enorme, paradisíaco, lleno de color, de vida. Me sentía libre.
Me pasaba el tiempo trepando por las copas de los árboles, intentando dar el salto más grande posible para salirme de los límites del escenario, tirándome por las colinas, trotando por los campos, y lo más importante: nadando por el foso
El foso de agua era lo que más me impresionó de aquel lugar. Me relajaba bucear. Me encantaba ver el fondo tan nítido y cristalino. Además, siempre seguía el mismo ritual. Me lanzaba al agua desde la gran cascada que había al noroeste del jardín. A partir de ahí, seguía nadando todo el camino del foso rodeando la fachada del castillo, pasando por debajo del puente principal que daba acceso a la puerta de entrada, y por debajo del pequeño puente de madera.
El foso desembocaba en un lago de cierta profundidad, cerca de la zona del cañón que llevaba al tejado (y que no se abría hasta que consiguiera las 120 estrellas)
Me gustaba recorrer todo el foso desde la cascada hasta el lago. Me lo pasaba pipa. Además, antes de empezar a recolectar estrellas por las fases, siempre me relajaba unos minutos haciendo el tonto por el jardín. Necesitaba unos minutilllos de relax, y el foso era mi lugar favorito.
Una de las cosas que más me llamó la atención del foso era la presencia de una extraña puerta de hierro bajo el agua. ¿Dónde coj... llevaría esa puerta? ¿Por qué estaba ahí? Por más que lo intentaba, Mario no podía abrirla. La presión del agua era tan grande que no se podía abrir la dichosa puertecita. Y mira que gasté el tiempo probando todo tipo de movimientos. Y nada...la puerta intacta como el primer día, y mi curiosidad insatisfecha, ya que tenía ganas de saber dónde llevaría eso, y por más que quería, eso era más duro que una piedra jejjee.
El misterio se resolvió de una forma natural e intuitiva justo después de derrotar al primer Bowser tras conseguir 8 estrellas.
Al ganar la batalla nos daban una llave que daba acceso a los pisos inferiores del castillo, a lo que yo llamaba "el sótano". Una de las habitaciones de esta planta consistía en un foso submarino que desembocaba en una habitación llena de agua con dos columnas que sobresalían y una puerta submarina, similar a la que había en el foso. Yo, que era poco avispado, no pensé que esta puerta tuviera que ver con la del foso.
Un buen día se me ocurrió hacer una culada sobre esas dos columnas. Y ocurrió algo extraordinario: la sala comenzó a vaciarse de agua y la puerta que estaba bajo el agua, se hizo accesible y podía ser abierta de una forma normal. Acerqué a Mario hasta la puerta, la abrí, traspasé el umbral y comprobé que el sitio en el que me hallaba era el foso de agua del jardín de la princesa, pero ahora totalmente vacío, sin agua. Se me hacía raro a partir de ese momento salir al jardín y ver todo vacío, y el lago del castillo con un nivel de agua tan bajo.
A pesar del logro conseguido, sentí que ese jardín había perdido una parte importante de su encanto. Un foso sin agua era como un día sin pan. Me parecía muy triste ver ese lugar vacío, como un pantano seco. No me gustaba tirarme al foso y no poder nadar. Y para más inri, el lago también se vio afectado con mucha menos agua, haciéndose casi imposible el buceo. A partir de ahí mis partidas fueron un poquito más huérfanas, ya que echaba de menos el poder nadar.
Es verdad que gracias a este vaciado del foso conseguí el acceso a uno de los niveles secretos del juego: la fase de la gorra azul, que se encontraba en un agujero del foso. Cuando estaba lleno, la presión del agua nos impedía pasar. Ahora, con el foso seco se podía pasar por este hoyo y disfrutar de la fase, la cual escondía un interruptor azul que nos permitía utilizar todos los bloques azules del juego.
¿Y cuál era la habilidad que escondían estos bloques? Poder ser transparentes durante unos segundos y atravesar paredes y rejas.
Evidentemente, sacrificar el agua del foso merece la pena, ya que esta habilidad es imprescindible para ganar algunas estrellas del juego. Además, la fase de la gorra azul esconde 8 monedas rojas, que si las cogemos, también nos darán una estrella. Por tanto, aunque me dolió no poder nadar más en ese lugar, reconozco que es necesario sí o sí para alcanzar el 100% del juego.
La verdad es que a partir de ese día el jardín me pareció un lugar un poquito más feo y deprimente. Me daba mal rollo ver el foso gris sin nada de agua. Es como si a un cuerpo le falta un brazo o una mano. Falta algo jejejjee. Falta vida, falta color, falta alegría. El agua daba un carácter idílico a ese castillo. Y sin agua, todo estaba más oscuro. Se quedaba cojo. Una pena.
Cada vez que me entraba mono de jardín, lo que hacía era iniciar una partida con 0 estrellas para poder disfrutar del lugar en su máximo esplendor. La verdad es que nunca me acostumbré a ver así el foso. Me dolió mucho. Por lo menos, al acabar el juego, en la escena final del beso entre Mario y Peach, se podía volver a ver lleno. Eso me dio mucha serenidad jejjee.
No obstante, tengo que reconocer que ese cambio era necesario. Por ejemplo, con el foso vacío podíamos andar por el fondo y tomar impulso en las paredes para recoger las monedas doradas que había bajo el puente principal de entrada.
Esas monedas era bastante jodidas de alcanzar, y me hice la película de que si las cogía, me darían una de las estrellas secretas del juego. Tras una buena temporada intentando agarrar esas monedas, un buen día me salió bien, pero comprobé con horror que no nos daban una estrella, sino un simple champiñón verde de vida. Tanto esfuerzo para nada jejejjee. Pero lo contento que me sentí tras lograr esa hazaña. Esas monedas me costaron semanas, y a base de práctica logré cogerlas.
En Mario Kart 64, en el circuito Royal Raceway, podíamos disfrutar del castillo y sus jardines. Era el lugar en el que se entregaban los trofeos a los ganadores, aunque a mí también me encantaba perder el tiempo haciendo caso omiso a la carrera, conduciendo por los caminos. El foso tenía un agua mucho más oscura, y no había cascada. El aspecto era como más simplificado y triste que en Super Mario 64. No era igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario