A finales de septiembre entró al catálogo de Game Pass We love Katamari Reroll + Royal Reverie. En la época dorada de Play Station 2, allá por 2005, conocí la saga gracias a Hobby Consolas. La propuesta me pareció super-original: ver cómo una pelota del tamaño de una canica absorbe objetos del entorno, a cada cual más disparatado, y va creciendo su tamaño hasta convertirse en una esfera gigante que nada tiene que envidiar a la roca de Indiana Jones.
Al principio de cada fase la bola apenas tiene repercusión en el escenario ya que es pequeña y solo traga elementos diminutos (chinchetas, clavos, anillos, tapones de botella, huesos de pollo, chapas, imanes, pines...). A medida que el protagonista rueda y "chupa" nuevos objetos, estos se adherirán a su cuerpo y aumentará su volumen. Lo normal es empezar con un diámetro de unos pocos centímetros. La pelota no tendrá la fuerza suficiente para comer cosas de gran tamaño. Al final, a base de engullir y engullir como si no hubiera un mañana, nos haremos más grandes con cifras que rondan los diez metros de diámetro. En ese casa arrasaremos casas, árboles, coches, barcos....causando el pánico entre la población.
Debido a la cantidad de bombazos que se lanzaban en la 128 bits de Sony y las limitaciones económicas de un adolescente, me decanté por otras opciones más comerciales y la franquicia de Namco se quedó guardada en el armario. Veinte años después, gracias a la suscripción de Microsoft, he tenido el placer de catar We Love Katamari y darle la oportunidad que merece. Estoy muy contento de haberlo jugado.
Me ha costado elegir un aspecto concreto del juego para escribir la entrada. Al principio iba a hablar de la presencia de Hansel y Gretel, los protagonistas de La casita de chocolate, el famoso cuento de los Hermanos Grimm. Ya sabéis que las referencias literarias y culturales me encantan. En un nivel, nuestro héroe debe absorber la mayor cantidad de dulces y golosinas posibles (piruletas, donuts, galletas, onzas de chocolate, estrellas de mazapán...). Si nos hacemos gigantes podremos derribar los cimientos de la famosa casita del cuento, echa a base de caramelos y repostería. Sin duda alguna, mi nivel favorito.
También podía haber hablado de los estrambóticos personajes (el gandul, el empollón, los abuelos, la amante de la nieve, el chico con sombrero de papel, la profesora de Ikebana, el piloto de Fórmula Uno) o las míticas secuencias finales en las que la bola gigante sube al cielo y se convierte en planeta. En la última misión debemos absorber todos los países del mundo para salvar a los habitantes de La Tierra del impacto de un asteroide.
Sin embargo, para redactar el post, voy a quedarme con una estampa mucho más humilde y banal: la del regreso al menú principal después de abandonar la partida.
Para cerrar el juego, debemos hacerlo desde el mapa central, el cual se ambienta en una bonita pradera rodeada de flores, hierba, caminos de tierra, un lago, casitas de madera (donde se guarda la partida) y el ruido del cante de los pajarillos como telón de fondo. Desde este lugar tenemos acceso a los diferentes niveles de la aventura hablando con los personajes que pueblan el campo.
Una vez elijamos la opción de salir del juego, se produce una escena muy entrañable: todos las personas que están en la pradera mirarán a cámara y nos dirán adiós con las manos, a modo de despedida, hasta que decidamos pulsar el botón A, la pantalla se ponga negra y regresemos al menú principal. Me gusta prolongar este momento y ver en bucle a todos los presentes moviendo las manos saludándonos.
Esto me recuerda al fotograma final de Super Mario 64 cuando Mario, Peach y los dos Toad guardianes se despiden de nosotros, moviendo sus manos de un lado a otro, justo delante de la puerta principal de acceso al castillo de la Princesa, al pie del puente elevadizo. La cámara de Lakitu se va alejando poco a poco del escenario y nuestros héroes se hacen más pequeñitos. Eso sí, prolongando el gesto del adiós hasta que la pantalla se ensombrece por completo.
Este tipo de despedidas me recuerdan a la televisión de los años noventa. Muchos concursos terminaban la noche con todo el equipo reunido (presentador, azafatas, participantes) diciéndonos adiós en el plató con la sintonía de fondo del programa y las letras con los créditos pasando por la pantalla, mientras la cámara se alejaba.
Os traigo dos ejemplos concretos:
-El primero pertenece al mítico Un, Dos, Tres Responda Otra vez. Todas las emisiones del espacio de Narciso Ibáñez Serrador terminaban de la misma manera: los concursantes alegres, jubilosos, contentos y dando saltos y abrazos a todo el mundo si se habían llevado un buen premio (el coche, el apartamento en Torrevieja, el millón de pesetas...) o con cara de circunstancias y cabizbajos tras conseguir la Ruperta
Después, la cámara enfocaba al decorado mientras salían el nombre de los humoristas, artistas invitados y azafatas, con la sintonía sonando (Un, Dos, Tres, le decimos hasta pronto a usted, volveremos con nuestro concurso destinado a probar su ingenio....).
En el centro del plató estaban los coches que habían salido esa noche en las tarjetitas (Seat Ibiza, Seat Málaga...). Las azafatas se colocaban alrededor de los vehículos (alguna incluso se sentaba en el capó) y se despedían del espectador con la mano mientras la cámara se alejaba en panorámica.
Lo podéis ver en el siguiente fotograma con fecha a 15 de enero de 1993. El programa estaba dedicado a Modas, modelos y diseños. En la etapa de Jordi Estadella y Miriam Diaz Aroca el despliegue escénico era increíble.
-Las despedidas de El Telecupón, el emblemático espacio que dio popularidad a una Carmen Sevilla ya sexagenaria (e hizo que se diera a conocer a un público joven después de una larga trayectoria actoral), también sigue la misma tónica.
El siguiente plano fue tomado el 19 de noviembre de 1996. En él se puede ver a la veterana actriz con un traje azul, despidiéndose con ese arte y desparpajo que le caracterizaba (beso a cámara incluido). La presentadora nos dice adiós con las manos mientras la cámara se aleja. Las chicas que sacaban las bolas del bombo también aparecen cuando el campo de visión se amplía y dicen adiós manteniendo el gesto hasta que las luces del plató se apagan y llegan los anuncios, con la música de fondo
Bonitos recuerdos de un programa en el que la emisión del sorteo de la ONCE era solo la excusa para que Carmen Sevilla nos hiciera pasar un rato divertido con sus despistes, sus chascarrillos y sus juegos del Zodiaco y Hugo. Al final se convirtió en un programa de variedades (con actuaciones musicales y todo jejjee).
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